El Partenón en Atenas es a menudo considerado como uno de los edificios más bellos del mundo. Dedicado a la diosa Atenea, este templo dórico octástilo, construido en brillante mármol pentélico, sigue cautivando a pesar del paso de casi 2500 años. Pero, ¿qué es lo que lo convierte en una obra maestra? ¿Por qué su forma sigue resonando con nosotros hoy en día?
Esa pregunta me acompañó durante mucho tiempo, hasta que comencé a explorar los sistemas de proporción. Y cuanto más profundizaba, más evidente se volvía la genialidad del Partenón. No es de extrañar, entonces, que su influencia haya resonado a lo largo de los siglos, desde los antiguos constructores, pasando por los polímatas del Renacimiento, hasta arquitectos modernos revolucionarios como Le Corbusier.



Aunque ambos templos responden al orden dórico, el de Paestum, de época arcaica, presenta una estructura más robusta y compacta, con columnas gruesas y más separadas entre sí, lo que refuerza una sensación de estabilidad y peso. En cambio, el Partenón exhibe proporciones más refinadas: el espaciamiento entre columnas, la altura del entablamiento y el ritmo compositivo revelan una búsqueda más precisa de armonía. Esta evolución refleja un cambio en la sensibilidad visual del mundo griego, orientado hacia un idealismo.
¿Cómo podemos medir la belleza?
¿Los juicios estéticos son simplemente una cuestión de gusto personal, o existen patrones que nuestros cerebros reconocen de forma natural como bella?
Para los artistas y arquitectos de la antigüedad, la belleza no era un capricho subjetivo, sino el resultado de la aplicación de principios precisos. En la antigua Grecia, se creía que la belleza podía construirse con intención, usando herramientas poderosas para lograrla, como la simetría, la aplicación de estilos y la proporción.
Pero, ¿qué entendemos por proporción?
Este principio nos habla de la relación entre las partes y el todo. Es la comparación entre tamaños, cantidades o distancias dentro de una composición. En esencia, es el orden matemático y geométrico que genera armonía visual.
Cuando los elementos de un conjunto están bien proporcionados, algo se alinea en nosotros: sentimos calma, claridad, equilibrio. Cuando no lo están, el espacio nos confunde o nos incomoda, aunque no sepamos del todo por qué.
La proporción influye profundamente en cómo percibimos el equilibrio o la simetría entre los componentes de una obra, ya sea una fachada, un cuerpo humano o una página impresa. Su correcta aplicación no solo enriquece la estética, sino que también favorece la funcionalidad.
Eso sí: las reglas de proporción no han sido universales.
Cada civilización ha desarrollado sus propios cánones, reflejando su visión del mundo, su espiritualidad y su relación con el cuerpo y el cosmos. Veamos cómo estas ideas evolucionaron con el tiempo.

Mucho antes de la ley de Moisés, en el Antiguo Egipto, Ma’at funcionaba como un código de comportamiento y, al mismo tiempo, como un principio cósmico. Representaba los valores fundamentales de la verdad, la justicia, el orden, la armonía, el equilibrio, la reciprocidad y la rectitud. No era solo una norma ética, sino una fuerza invisible que sostenía el universo: regulaba el movimiento de las estrellas, el ciclo de las estaciones y las acciones tanto de los dioses como de los seres humanos.
Personificada como una diosa alada con una pluma sobre la cabeza —símbolo de la verdad liviana y sin doblez—, Ma’at era invocada en los juicios, en las ceremonias religiosas y en la planificación de monumentos. Su presencia aseguraba la armonía, no solo en la vida cotidiana, sino también en la estructura de los templos, en el orden de los rituales y en la estética del arte. Todo debía alinearse con Ma’at: desde la construcción de una pirámide hasta la manera exacta de pronunciar una fórmula sagrada.
1. Antiguo Egipto: cuadrícula, rituales y canon
En el Antiguo Egipto, la proporción era simbólica y reflejaba creencias sobre el orden y la armonía, encarnando los principios de ma’at. Este uso idealizado de la proporción tenía como objetivo transmitir la importancia de figuras como dioses y faraones, permitiendo a los artistas y arquitectos comunicar mensajes de poder y espiritualidad, trascendiendo así el reino mortal y conectándose con el orden divino.
El canon de 18 cuadrados ampliamente utilizado dividía la figura humana en partes iguales, asegurando que las representaciones del cuerpo se alinearan con el orden divino más que con la anatomía humana. Este sistema de rejillas ofrecía consistencia y geometría sagrada, particularmente en el arte de tumbas y templos.

El gráfico ilustra el uso de cuadrículas en sus diseños artísticos y arquitectónicos. Una figura de pie debía ocupar 18 cuadrados desde la planta de los pies hasta la línea del cabello. La línea de las rodillas debía ubicarse a 1/3 de la altura, en el sexto cuadrado desde abajo. La línea inferior de los glúteos se encontraba a 1/2 de la altura, en el noveno cuadrado, y la línea de los codos a 2/3 de la altura, en el duodécimo cuadrado.
De manera similar, los arquitectos del Antiguo Egipto incorporaron proporciones numéricas simples, como 2:1, 3:2 y √2, en el trazado de sus espacios. Estas relaciones no se elegían únicamente por su atractivo visual, sino porque encarnaban una conexión más profunda con el orden celestial y espiritual. Cada proporción buscaba reflejar la armonía del cosmos, de modo que la arquitectura no solo organizara el espacio físico, sino que inscribiera el equilibrio universal en piedra.
2. Grecia Arcaica: nacimiento del canon
En la Grecia arcaica, las primeras esculturas monumentales, como las estatuas de kouroi (jóvenes), imitaron claramente la postura y la proporcionalidad del arte egipcio. Estas figuras eran frontales, rígidas y se basaban en sistemas modulares que utilizaban la cabeza o el pie como unidades básicas de medición. Sin embargo, en el siglo V a. C., artistas como Policleto comenzaron a desafiar estas convenciones.


Izquierda: La imagen muestra una estatua de Ranefer, Sumo Sacerdote de Ptah y Seker en Menfis durante el Reino Antiguo de Egipto. Derecha: Anavysos Kouros, también conocido como Kroisos Kouros, una estatua griega de mármol del periodo Arcaico (aproximadamente 530 a. C.).
En su tratado El Canon, Policleto propuso un sistema de proporciones basado en la relación de 1:7 entre la cabeza y el cuerpo, sosteniendo que la belleza auténtica no era arbitraria, sino el resultado de una armonía cuantificable. Su enfoque marcó una transformación decisiva en la escultura clásica, alejándose de la rigidez arcaica hacia una representación más dinámica, equilibrada e idealizada del cuerpo humano.
3. La proporción áurea
La proporción áurea es un valor que se obtiene al dividir una línea de forma que la relación entre la longitud total y el segmento más largo sea igual a la relación entre el segmento más largo y el más corto. Representada por la letra griega φ (phi), esta proporción —aproximadamente 1.618— es célebre por su elegancia matemática y su frecuente aparición en el arte, la arquitectura y la naturaleza. Su fórmula se expresa como: (a + b)/a = a/b = φ.


A la izquierda, la representación matemática. A la derecha, la aplicación geométrica en el rectángulo áureo.
La proporción áurea da pie al rectángulo áureo, que es aquel cuyas proporciones entre lado largo y lado corto siguen la proporción áurea (1:1.618). Si se extrae un cuadrado de su interior, el área restante también forma un nuevo rectángulo dorado, permitiendo una repetición infinita del patrón.
Esta recurrencia armoniosa no solo lo ha convertido en un símbolo estético de equilibrio, sino también en una herramienta valiosa para la planificación arquitectónica, la composición artística y el diseño visual.
Desde templos antiguos y arte renacentista hasta logotipos modernos e interfaces, los rectángulos áureos ayudan a crear diseños que se sienten equilibrados y agradables. Sus proporciones regulares son fáciles de entender para nuestro cerebro, favoreciendo la fluidez cognitiva y el confort emocional, lo que los hace importantes en neuroarquitectura también.
4. Renacimiento de los clásicos
Durante el Renacimiento, la proporción experimentó un profundo renacimiento, y ninguna figura encarnó esta fascinación renovada más que Leonardo da Vinci. Profundamente influenciado por los ideales clásicos, Leonardo creía que la armonía matemática reflejaba la estructura divina del universo.
Su expresión más icónica de esta creencia es el Hombre de Vitruvio, un dibujo basado en los escritos del arquitecto romano Vitruvio. En este estudio, Leonardo ilustró cómo el cuerpo humano se ajusta dentro de un círculo y un cuadrado, simbolizando la unión de la forma física y la geometría cósmica.
Leonardo también utilizó la proporción áurea, aunque la denominó Proporción Divina, un término popularizado por su colaborador Luca Pacioli, un matemático y fraile franciscano. El tratado de Pacioli De Divina Proportione (1509), que Leonardo ilustró, celebraba la Proporción Áurea como una clave para entender la belleza, la arquitectura y el orden divino de la naturaleza.
Su trabajo influenció generaciones de artistas y arquitectos, demostrando que la proporción no era solo una cuestión estética, sino una herramienta para expresar verdades universales. Para Leonardo, la geometría era un puente entre el arte y la ciencia, el cuerpo y el cosmos, la intuición y el intelecto.

En 1914, tres años después de visitar la Acrópolis en Atenas, Le Corbusier escribió “Le Parthénon”, una reflexión poética sobre el propósito de la arquitectura y su significado artístico. Esta entrada de su diario, publicada póstumamente en Voyage d’Orient (1966), revela cómo la armonía de la arquitectura griega clásica influyó profundamente en su visión. Inspirado por la pintura y la literatura, su experiencia en el Partenón dejó huellas duraderas en su filosofía de diseño.
5. Le Corbusier y el Modulor
En el siglo XX, la conversación sobre la proporción fue reavivada por Le Corbusier, quien buscó conectar el orden matemático con el cuerpo humano. Desarrolló un sistema de proporciones llamado Modulor, que se basaba en las medidas humanas, la proporción áurea y la secuencia de Fibonacci. Al utilizar una figura humana estilizada con un brazo levantado, generó una escala de proporciones destinada a traer armonía entre la arquitectura y la forma humana.
Le Corbusier creía que el Modulor podría servir como una herramienta de medición universal —un canon moderno para el diseño arquitectónico. Se pensó para reemplazar dimensiones arbitrarias con un sistema basado en la resonancia biológica y la precisión matemática, haciendo que los edificios sean más intuitivos, eficientes y estéticamente satisfactorios.
El Modulor se aplicó en muchos de sus diseños, incluyendo la Unité d’Habitation en Marsella, y continúa influyendo en las discusiones sobre el diseño centrado en el ser humano hoy en día. Su trabajo sirve como un puente entre los ideales antiguos de armonía y los esfuerzos modernos por alinear el diseño con la psicología y la cognición.


Derecha: Representación visual del sistema Modulor de Le Corbusier, que muestra la relación entre las proporciones humanas y la armonía geométrica. Como se observa en el diagrama del Modulor, la figura humana de Le Corbusier extiende un brazo hacia arriba, dividiendo el cuerpo según incrementos de la secuencia de Fibonacci.
Proporción áurea: Geometría, matemáticas y misticismo
La proporción áurea ha fascinado a matemáticos, artistas, diseñadores y arquitectos durante siglos.
1. Antigüedad
La historia del ‘Número Áureo’ comienza en el Antiguo Egipto. Se cree que Pitágoras, uno de los filósofos y matemáticos griegos más antiguos, viajó a Egipto en el siglo VI a. C., donde fue iniciado en los Misterios Egipcios.

Durante su tiempo allí, se encontró con un conocimiento avanzado de la geometría, el simbolismo numérico y la proporción arquitectónica. Aunque los egipcios nunca formalizaron la proporción áurea como tal, su aplicación es visible en la geometría de los templos y las pirámides.

Representaba tanto su escuela como el principio numérico de la Péntada. Cada una de las cinco líneas que se cruzan para formar el pentagrama contiene dos divisiones según la Sección Áurea, lo que hace visible la proporción áurea en toda su geometría. Esta codificación de ϕ en una figura única y elegante ejemplificaba su creencia en un universo regido por proporciones armónicas.
Al regresar a Grecia, Pitágoras creó una escuela de pensamiento que veía el número y la geometría como esenciales para el universo. Sus seguidores, los pitagóricos, honraban el pentagrama como un símbolo sagrado por sus propiedades místicas y su conexión con la proporción áurea en su forma. Consideraban φ (phi) como una representación matemática de la armonía universal, una idea que más tarde impactó a Platón y a Euclides.


Derecha: Ilustración arquitectónica del Arco de Trajano en Benevento, Italia, acompañada de un desglose visual de la proporción áurea y su aplicación en la construcción de un rectángulo áureo.
Euclides dio la primera definición formal de la proporción áurea en Elementos (alrededor del 300 a. C.). Allí la describió como la división de una línea de tal manera que la relación entre el todo y la parte mayor es la misma que la relación entre la parte mayor y la parte menor.
2. Edad Media
Pero la influencia de la Proporción Áurea no se limita a la teoría. Se repite en la naturaleza misma. La relación entre φ y la secuencia de Fibonacci surgió en el siglo XIII. Leonardo de Pisa, también conocido como Fibonacci, introdujo una secuencia de números (1, 1, 2, 3, 5, 8, 13…) en su libro Liber Abaci. A medida que la secuencia avanza, la relación entre los números sucesivos se aproxima cada vez más a φ.
Aunque se desarrolló de forma independiente, la secuencia de Fibonacci revela la misma armonía proporcional evidente en las formas naturales, el diseño clásico y la estética visual. Esta convergencia de matemáticas, naturaleza y percepción subraya por qué φ sigue siendo venerado como un símbolo de equilibrio y belleza.





La espiral de Fibonacci surge de una secuencia matemática cuyos valores se acercan a la proporción áurea, y aparece con sorprendente frecuencia en la naturaleza: en el despliegue de los helechos, la disposición de las semillas de girasol, las conchas de los nautilos e incluso en las galaxias espirales. Esta repetición en formas orgánicas sugiere que la armonía proporcional no es solo una invención humana, sino un patrón biológico presente en el entorno natural. Estas formas activan respuestas en nuestro cerebro, generando una sensación de equilibrio, familiaridad y fluidez visual.
3. El Renacimiento
Mientras que está arraigado en la ciencia y la observación, muchos artistas del Renacimiento abordaron la geometría y la proporción como caminos hacia la percepción espiritual. Más allá de Leonardo da Vinci, con su Hombre de Vitruvio y Luca Pacioli, con la “Proporción Divina”, muchos otros exploraron la filosofía y la metafísica.
Michelangelo, profundamente influenciado por el neoplatonismo y la filosofía humanista, utilizó la proporción y el gesto simbólico para elevar la resonancia espiritual de su obra. Los académicos sugieren que la armonía matemática en sus composiciones —especialmente en la Capilla Sixtina— fue un esfuerzo deliberado para manifestar el orden divino en forma visual.



Este enfoque místico del diseño se extendió a artistas como Sandro Botticelli, cuyas obras alegóricas fusionaron el mito clásico con simbolismo esotérico, y Albrecht Dürer, quien estudió la geometría sagrada y la incorporó en sus grabados y tratados sobre la proporción humana. Para estos artistas, las matemáticas no estaban en conflicto con la espiritualidad, sino que eran su lenguaje.
Proporción áurea: más allá del mito
La proporción áurea ha servido durante mucho tiempo como un puente entre lo racional y lo místico, utilizada no solo para dar forma a templos y pinturas, sino para expresar una visión de la belleza basada en la armonía y la proporción. Phi aparece como un hilo tejido a través del esfuerzo perdurable de la humanidad por entender la forma, la función y el significado.
Sin embargo, tan convincente como es esta narrativa, no está exenta de críticos. Muchos investigadores advierten sobre la precaución, advirtiendo que la aparición de Phi en la naturaleza o la biología puede surgir de la coincidencia, la necesidad estructural o la interpretación selectiva. En algunos casos, el deseo de encontrar ϕ conduce a sesgos de confirmación: proyectando patrones donde no se pretendía conscientemente.
Estas voces escépticas ofrecen un contrapeso necesario: si bien la proporción áurea es innegablemente elegante, su presencia debe ser abordada con rigor crítico, no romantizada sin evidencia.
Aun así, en la arquitectura —y especialmente dentro del creciente campo de la neuroestética— Phi sigue siendo una poderosa lente a través de la cual exploramos cómo la proporción moldea no solo el espacio, sino también la percepción misma.
La neurociencia de la proporción
Aunque la belleza se considera frecuentemente subjetiva, la neurociencia indica que se pueden identificar y cuantificar aspectos específicos de ella en el cerebro. Estudios de fMRI han demostrado que cuando las personas perciben algo como hermoso —ya sea un edificio, escultura o pintura—regiones específicas del cerebro se vuelven más activas, especialmente la corteza orbitofrontal medial, un área vinculada con el placer, la recompensa y la toma de decisiones.
Las características visuales como proporciones armoniosas, equilibrio y ritmos naturales tienden a estimular esta parte del cerebro de manera más consistente. Esto apoya la idea de que, aunque la belleza no es una verdad fija o universal, típicamente sigue principios visuales que nuestros cerebros están diseñados para reconocer, disfrutar y recordar.
Lo que el cerebro ve y siente
La investigación en neurociencia nos está ayudando a entender por qué ciertas proporciones, incluida la proporción áurea, se sienten tan agradables. Un estudio de 2009 realizado por Cela-Conde y sus colegas mostró que cuando las personas ven formas basadas en la proporción áurea, se activa la corteza orbito frontal medial, una parte del cerebro vinculada a la recompensa y el placer.

Esta imagen fue utilizada en el estudio: La belleza áurea: respuesta cerebral a esculturas clásicas y renacentistas.
Autores: Cinzia Di Dio, Emiliano Macaluso, Giacomo Rizzolatti.
La escultura original de Policleto aparece en el centro y refleja la proporción clásica canónica, aproximándose estrechamente a la proporción áurea (1:1.618). A su izquierda, una versión modificada acorta las piernas en relación con el tronco (ratio = 1:0.74), y a su derecha, otra versión exagera la longitud de las piernas (ratio = 1:0.36). Las tres fueron utilizadas en pruebas de comportamiento; solo las imágenes del centro y de la izquierda se utilizaron en el análisis fMRI. La imagen central fue calificada como la más bella (100%), mientras que la izquierda fue considerada ‘fea’ por el 64% de los participantes. Las exploraciones fMRI revelaron activaciones neuronales distintas según el valor estético percibido.
Otro estudio de Di Dio et al. (2007) encontró que las esculturas clásicas con proporciones ideales activaban la ínsula y la amígdala, regiones asociadas con el procesamiento emocional y la resonancia interna. Estos hallazgos sugieren que nuestra apreciación de la proporción no es solo cultural o estética, sino también biológica. Nuestros cerebros parecen reconocer y responder positivamente a la facilidad cognitiva, el equilibrio emocional y el orden intrínseco en lo que vemos.
Conclusión: Una armonía que vale la pena recuperar
A lo largo de la historia, la proporción ha servido como un puente entre lo tangible y lo trascendente, utilizada no solo para estructurar edificios y cuerpos, sino para crear experiencias que resuenan con la mente y el espíritu. Desde la geometría sagrada de Egipto hasta las formas idealizadas de la Grecia clásica, desde la Proporción Divina de Leonardo hasta el Modulor de Le Corbusier, los diseñadores han buscado alinear sus creaciones con algo más grande: una armonía que sentimos incluso si no siempre podemos explicar.
Hoy, a medida que la neurociencia revela cómo nuestros cerebros responden al orden proporcional, iluminándose con placer, claridad y facilidad emocional, se hace evidente que estas herramientas antiguas aún tienen relevancia. En una era de sobrecarga sensorial y estrés ambiental, reintroducir principios como la proporción áurea en nuestro vocabulario arquitectónico no es un gesto nostálgico, sino un acto necesario de empatía en el diseño.
Al revisar la sabiduría proporcional del pasado a través de la lente de la neuroarquitectura, podemos crear espacios que no solo se vean bien, sino que se sientan bien —espacios que calman, orientan y elevan la experiencia humana.
El Partenón no es solo un edificio: es un diálogo a través del tiempo. Un libro grabado en mármol que aún habla a quienes saben escuchar.
Personal Reflexión
Para mí, la indiscutible belleza del Partenón no reside únicamente en la precisión de sus columnas o en la maestría de su friso, sino en algo más profundo: la forma en que su aparente simplicidad revela una verdad esencial —el anhelo humano por encontrar sentido y orden en el cosmos.
Se alza como un libro abierto escrito en lenguaje geométrico, un diálogo silencioso que atraviesa los siglos. Un espacio donde las matemáticas se transforman en metáfora y la arquitectura roza lo trascendental. Sus líneas y proporciones evocan no solo influencias egipcias, sino también una idiosincrasia griega única, moldeada en sintonía con el espíritu de su tiempo.
El Partenón es más que un templo antiguo: es una lección tallada en piedra, un tratado visual sobre la armonía y el significado. Para quienes lo contemplan o estudian sus formas, se convierte en un lugar de peregrinación intelectual y emocional. Un espacio donde se entrelazan la conexión, el conocimiento, la inspiración y el asombro. No basta con verlo: hay que comprenderlo. Y, sobre todo, hay que sentirlo.
¿Qué espacios en tu propia vida reflejan proporción, intención o calma? La proporción áurea puede no ser una regla universal, pero sigue siendo un poderoso recordatorio de nuestra búsqueda de armonía.
Referencias
Cela-Conde, C. J., Ayala, F. J., Munar, E., Maestú, F., Nadal, M., Capó, M. A., … & Marty, G. (2009). Sex-related similarities and differences in the neural correlates of beauty. Proceedings of the National Academy of Sciences, 106(10), 3847–3852.
Di Dio C, Macaluso E, Rizzolatti G. The golden beauty: brain response to classical and renaissance sculptures. PLoS One. 2007 Nov 21;2(11):e1201. doi: 10.1371/journal.pone.0001201
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The Design of The Great Pyramid of Khufu https://link.springer.com/article/10.1007/s00004-014-0193-9
Phi in physiology, psychology and biomechanics: The golden ratio between myth and science https://www.sciencedirect.com/science/article/abs/pii/S0303264717304215
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