Imagina caminar por un pasillo mal iluminado, donde cada puerta luce idéntica, las luces fluorescentes zumban arriba y tus pasos resuenan en el vacío. Te detienes por un momento, titubeas ante la situación, sientes cómo tu cuerpo se tensa y reacciona incluso antes de que puedas procesar tus pensamientos.
Ahora contrasta esa escena con entrar a un atrio de biblioteca lleno de luz natural. Una escalera central en espiral se eleva a la vista, los hitos arquitectónicos te orientan y los materiales cálidos amortiguan el ruido. Sin palabras, el espacio te dice dónde estás, hacia dónde ir y cómo sentirte.
Este es el terreno de la neuroarquitectura: el estudio de cómo los entornos construidos moldean los procesos cerebrales, las emociones y la conducta. Una revisión reciente de Abbas et al. (2024) sintetiza lo que la neurociencia revela hoy sobre nuestra interacción cotidiana con la arquitectura.

¿Cómo entiende el cerebro la arquitectura?
No solo vemos edificios; los procesamos a través de sistemas neuronales especializados.
- El área parahipocampal (cerca del hipocampo) conecta la percepción visual con la memoria espacial. Nos ayuda a reconocer lugares y orientarnos en ellos, así como a recordar rutas. En arquitectura, esto significa que los espacios con hitos claros y formas simples facilitan la creación de mapas mentales, reduciendo la desorientación y mejorando la experiencia del usuario.
- La corteza cingulada anterior (CCA) es señalada como clave en la neuroarquitectura, ya que actúa como un puente entre emoción y cognición. Su función es integrar lo que percibimos con cómo nos sentimos, regulando la atención y el control emocional. Estudios muestran que responde a rasgos como la curvatura, las transiciones y la fluidez espacial, de modo que entornos coherentes y armónicos facilitan su labor reguladora, mientras que espacios fragmentados o sobrecargados incrementan la tensión.
- Las neuronas espejo, nos permiten “simular” lo que percibimos. Estas neuronas se activan tanto al ejecutar una acción como al observar a otro realizarla. En contextos arquitectónicos, esto significa que al ver un pasillo, una escalera o una bóveda, nuestro cerebro no solo registra la forma, sino que activa patrones motores y emocionales asociados a cómo sería movernos en ese espacio. Esta simulación encarnada favorece la empatía con el entorno y explica por qué ciertos diseños invitan al movimiento o transmiten calma, mientras que otros generan tensión o incomodidad.
La arquitectura, en este sentido, no es estática. Es un diálogo constante con el sistema nervioso, que moldea nuestra sensación de seguridad, comodidad o estrés.
¿Cómo nos orientamos en los espacios?
Orientarse no es solo comodidad; es neurociencia en acción. El hipocampo genera mapas cognitivos con “células de lugar” que codifican posiciones espaciales.
Cuando un edificio ofrece hitos claros, rutas coherentes y una disposición comprensible, el cerebro navega con facilidad. Pero cuando los espacios son monótonos o excesivamente complejos, aumenta la carga cognitiva, sube el estrés y los usuarios —especialmente personas con demencia o autismo— pueden sentirse desorientados.
Hospitales, aeropuertos y universidades son escenarios frecuentes donde un mal diseño de orientación se convierte en barrera de accesibilidad.
La arquitectura le susurra a los sentidos y deja huellas en el cerebro.

¿Cómo influyen los espacios en nuestras emociones?
Los ambientes también tienen una influencia directa en nuestras emociones: pueden evocar recuerdos, inspirar creatividad o incluso generar ansiedad. Por lo tanto, es fundamental prestar atención a nuestro entorno y a cómo este afecta nuestro bienestar emocional, buscando crear espacios que fomenten la positividad y la calma.
- Luz: la luz natural sostiene los ritmos circadianos, mientras que el abuso de luz artificial altera el sueño y el estado de ánimo.
- Colores y materiales: las texturas cálidas reconfortan; las paletas estériles o monótonas pueden alienar.
- Naturaleza: las vistas verdes reducen el estrés; su ausencia aumenta la ansiedad.
- Acústica: el ruido reverberante inquieta; las superficies absorbentes tranquilizan el sistema nervioso.
Los estudios de resonancia magnética funcional confirman que los entornos agradables y coherentes activan con mayor fuerza las regiones cerebrales vinculadas a la emoción positiva.
Diseñar pensando en el cerebro no es una moda: es el secreto para generar ambientes que verdaderamente nos cambian de manera positiva.
¿Qué significa diseñar con evidencia neurocientífica?
La evidencia es clara: la arquitectura no es neutral. Regula la emoción, la cognición y la salud. Sin embargo, no existe una fórmula universal. Las preferencias están moldeadas por la cultura, la memoria y la neurodivergencia.
Para los diseñadores, esto significa adoptar una práctica empática y basada en la evidencia. Algunas guías fundamentales:
- Priorizar la claridad y coherencia en la distribución.
- Incorporar zonas de refugio en entornos concurridos.
- Equilibrar la luz natural y artificial para apoyar la salud circadiana.
- Integrar naturaleza y textura para un anclaje sensorial.
- Diseñar con flexibilidad, permitiendo la adaptación a usuarios diversos.

Conclusión – Diseñar con el cerebro, no contra él
Pasamos hasta el 90% de nuestra vida en entornos construidos. Cada pasillo, aula o dormitorio deja una huella en el cerebro —calmando, confundiendo o inspirando. No se trata solo de muros, techos o mobiliario: hablamos de atmósferas que modelan emociones, influyen en la memoria y regulan el bienestar.
El reto de la arquitectura hoy es reconocer ese poder y asumir la responsabilidad que conlleva. Un edificio no es un simple contenedor funcional, sino una interfaz viva con la mente humana. Su diseño puede potenciar la concentración o dispersarla, inducir calma o ansiedad, facilitar la orientación o generar desorientación.
Como recuerdan Abbas et al. (2024), la neuroarquitectura aún está en evolución. Pero una verdad ya es evidente: cuando diseñamos con el cerebro en mente, diseñamos para la vida misma. En un contexto global donde los problemas de salud mental son una realidad creciente, no podemos quedarnos al margen.
Si no somos parte de la solución, inevitablemente nos convertimos en parte del problema. “¿Qué huella quieres que deje tu arquitectura en la mente de quienes la habitan?”
Referencia
Abbas, A., Nazir, A., Habib, A., & Arif, M. (2024). Neuroarchitecture: How the perception of our surroundings impacts the brain. Frontiers in Behavioral Neuroscience. https://pmc.ncbi.nlm.nih.gov/articles/PMC11048496/